Goya y su médico, el doctor García Arrieta


 "Nada hay más fundamental y elemental en el quehacer del médico que su relación inmediata con el enfermo; nada en ese quehacer parece ser más permanente.”

El profesor Laín Entralgo escribió estas palabras en su libro La relación médico-enfermo. Historia y teoría, publicado en 1964. Desde entonces, dicha relación ha cambiado más que durante los veinticinco siglos anteriores. La enorme transformación experimentada por los servicios públicos de salud, el trabajo en colaboración entre los distintos profesionales sanitarios, la proliferación de medios técnicos cada vez más avanzados, la necesaria información al paciente para que pueda tomar sus propias decisiones, han transformado la antigua relación paternalista en otra, regida por el “principio de autonomía”, en la que el médico propone pero el paciente dispone. Sin embargo, aunque pueda parecer que no es fácil, hoy como ayer, en esa relación que se establece entre el médico y el paciente debe existir una “amistad”, entendida como un afecto -según el Diccionario de la Lengua Española- “compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.” “Más allá de todo doctrinarismo -apostilla Laín– el buen médico ha sido siempre amigo del enfermo, de cada enfermo.”

Un precioso testimonio pictórico de esa amistad entre un paciente y su médico nos la ofrece don Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) cuando se representa a sí mismo atendido por su médico, el doctor don Eugenio García Arrieta (1770-c.1820).

Francisco de Goya (1746-1828). Autorretrato con el Dr. Arrieta (1820) Óleo sobre lienzo. 114,62 x 76,52 cm. Minneapolis Institute of Arts. Minnesota

A finales de 1819, Goya, que ya superaba los setenta años de edad, sufrió una grave enfermedad de la que tenemos noticia, fundamentalmente, por la pintura que él mismo nos dejó como muestra de agradecimiento al médico que lo atendió: el doctor Arrieta. Se ha especulado bastante sobre cuál fue esa enfermedad. Las hipótesis más probables nos hablan de una afección cerebrovascular o de una patología infecciosa. Así, por ejemplo, el profesor García-Conde Gómez dice:

 “Goya debió sufrir entonces, como en épocas posteriores, crisis de insuficiencia cerebrovascular transitoria como fondo de una ateromatosis generalizada. La medicación que D. Eugenio García Arrieta le administra en el cuadro debe ser valeriana…”

En cambio, el profesor Gómiz León, nos recuerda la posible etiología infecciosa y afirma:

  “Según documentos que permanecieron en poder de los descendientes de Arrieta, se habla en ellos de fiebres tifoideas (tabardillo), y que Goya presentó cefalea, fiebre alta, delirios y parálisis parcial.”

Posiblemente, nunca sabremos con certeza cuál fue la enfermedad que, por aquellas fechas, llevó a Goya muy cerca de la muerte. De lo que no hay duda es del testimonio de agradecimiento y amistad que el propio pintor dejó escrito de su puño y letra en el cuadro:

 “Goya agradecido a su amigo Arrieta por el acierto y esmero con que le salvó la vida en su aguda y peligrosa enfermedad, padecida a fines del año 1819 a los setenta y tres años de su edad. Lo pintó en 1820.”

El artista se retrata a sí mismo moribundo, pálido, con la boca entreabierta y la mirada extraviada; aunque aferrándose a la vida como a la blanca sábana que le cubre hasta la cintura. Él, que como tantos otros literatos y pintores del Antiguo Régimen había satirizado a los profesionales de la medicina en algunas obras anteriores, se muestra ahora apoyado en su médico amigo, el doctor Arrieta, a quien pinta tratándole con humanidad pero no exento de firmeza en su oficio, sosteniéndole mientras le ofrece un vaso con la medicina que ha de tomar. Tras ellos, en el fondo oscuro, se vislumbran tres rostros que han sido objeto de las más diversas interpretaciones: desde que podían ser familiares y sirvientes hasta -y ésta es la más frecuente- que se trataba de las mismísimas Parcas… Hay, también, quien considera este cuadro como un exvoto laico que Goya ofrenda a su médico al tener conocimiento de su muerte.

Sobre Eugenio García Arrieta no es mucho lo que podemos decir. Se sabe que nació en Cuéllar (Segovia), el 15 de noviembre de 1770; que ejerció la medicina en Madrid, donde llegó a atender a una distinguida clientela; que era hermano del escritor Agustín García Arrieta, primer director de la Biblioteca de la Universidad de Madrid; y que, en 1820, poco después de haber atendido a Goya, fue comisionado por el gobierno español para estudiar “la peste de Levante” en las costas de África, donde seguramente falleció. Todo indica que el anciano paciente sobrevivió ocho años a su amigo médico, a pesar de sus enfermedades y de ser veintitrés años mayor que él.

Como homenaje a los dos, el pintor y el médico, acabamos en esta ocasión con otras pinturas de Goya y las notas de un músico italiano que comprendió como pocos el carácter español: Luigi Boccherini (1743-1805).


Referencias:

GARCÍA-CONDE GÓMEZ, F. J. (1994): La estimación social del médico en relación con su eficacia. Discurso leído en la solemne sesión inaugural del curso académico 1994, celebrada el día 11 de enero. Madrid, Instituto de España, Real Academia Nacional de Medicina: 8.

GÓMIZ LEÓN. J. J. (2007): “Goya y su sintomatología miccional de Burdeos, 1825”. Arch. Esp. Urol. 60, 8: 923. [Internet] [Acceso el 20 de noviembre de 2017]. Disponible en: http://scielo.isciii.es/pdf/urol/v60n8/historia8.pdf

LAÍN ENTRALGO, P. (1983): La relación médico-enfermo. Historia y teoría. Madrid, Alianza: 19.

LÁZARO, J. y GRACIA, D. (2006): “La relación médico-enfermo a través de la historia”. An. Sist. Sanit. Navar. 29 (Supl. 3): 7-17.

WINKLER, M. G. (1998): “Goya Attended by Dr. Arrieta”. Literature, Arts and Medicine Database [consultado el 20 de noviembre de 2017]. Disponible en: http://medhum.med.nyu.edu/view/10321



Para una visión más detallada del cuadro V.:



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